Pues bien, cierta semana estaba prevista una demo de la aplicación para un pez gordo de la empresa. El nerviosismo y la presión de Eladio eran mayúsculos y más aún cuando a un día de la temida demo apareció en la cabecera de todas las páginas la imagen de un zorro en lugar del logo corporativo. Sí, un zorro: animal de la familia de los cánidos.
Al equipo de desarrollo nos pareció gracioso. A Eladio, no.
No fue un cambio deliberado: probablemente un programador hizo una prueba en el entorno que no debía. El caso es que el pequeño zorro seguía ahí, justo al principio de cada página de la aplicación. No era muy grande, ni contenía un mensaje malsonante, ni ocupaba más de 100 píxeles de ancho... joder, ¿pero qué hacía un zorro ahí?
Eladio estaba hecho un basilisco despotricando contra todo responsable de mi empresa que se le cruzara.
La solución era trivial y no llevaba nada de tiempo: bastaba con reemplazar el zorro (al que ya le habíamos cogido cariño) por el logo de siempre. ¿Cuánto podría llevar arreglarlo, cinco minutos? Sin embargo, como todo el equipo andaba hasta arriba con temas mucho más complejos que Eladio había exigido que funcionaran para la demo, nadie asumió la tarea de recuperar el logo. Así pues, a pesar de haber sido la comidilla de toda la oficina, el zorro continuó alegrando las páginas de la aplicación.
El día de la demo, cuando Eladio estaba al borde del colapso, despedimos a nuestro amigo el zorro y volvimos a poner el logo anterior.
Si la prueba de fuego para Eladio era la demo, para nosotros lo era el minucioso test que él iba a realizar antes sobre la aplicación. Cuál fue nuestra sorpresa cuando observamos cómo Eladio pasaba una a una las páginas de la aplicación casi de puntillas, sin detectar errores, sin entrar en el detalle que nos tenía acostumbrados: "a este banner le falta un píxel", "esa imagen se ha cargado un segundo antes que la anterior", "en la versión en español he visto un mensaje en inglés", "este vídeo tarda mucho en cargar", ...
A él lo que le importaba es que ya no saliera el zorro por ninguna parte y el zorro ya no apareció. Eladio suspiró aliviado, la aplicación estaba lista para pasar la demo, y el equipo feliz porque no se había detectado ningún fallo, ¡ninguno!
Parece ser que aplicamos sin quererlo "el truco del brazo peludo" que se basa en meter un error muy llamativo para el cliente con el fin de que éste sólo se fije en dicho gazapo y no repare en lo demás.
¡Hasta
(Recuerdo evocado tras la lectura de este post de Yorokobu)